Las brumas del dragón, por Hugo Pérez
La costa africana se abría a mis ojos por la pequeña ventanilla del avión, hacía un día claro, ni una sola nube, y el piloto nos había llamado la atención sobre la impresionante vista que se divisaba, la costa del sol, el peñón, el estrecho, las montañas rifeñas... realmente impresionante, empiezo a cogerle el gusto a eso de volar.
Ya estamos en casa, pensé, atrás quedaban tres días intensos, tres días de charlas, amistad, cervezas, música, ajetreo, pero sobre todo, tres días de rugby.
Este viaje se fraguó hace años, sin nosotros ser consciente de ello, cuando uno es joven y promete cosas que, al hacerse mayor, las cumple o no, dependiendo de los azares y recovecos de la vida, que tiene muchos, cuando, con menos kilos y más ilusiones, recorríamos los campos de batalla de media España.
Monseñor Bravo era por entonces mi talonador y capitán, simpatizante del dragón y el Sr. Salgueiro, mas tarde se ganó el apodo de Homer, seguidor del cardo, uno de mis segundas. Seguro, que en algún tercer tiempo, llevados por la euforia del momento, dijimos aquello de, un año iremos a Cardiff a ver un partido, y ahí quedo la cosa, en el aire, grabada en nuestro subconsciente....
Años mas tarde, unos cuantos, y debido a cierto negocio que entre los dos han montado, decidimos, que había llegado el momento de hacer realidad aquella frase perdida en el olvido de los tiempos, y a mi, que para cruzar el Severn, me vale cualquier motivo, si encima es para ayudar a dos hermanos de armas, pues ya se pueden imaginar: gestiones, llamadas, cruce de correos, y cuando te das cuenta, estas conduciendo un coche por la izquierda mientras cruzas el rio que separa las suaves colinas galesas, de la bulliciosa bahía de Bristol. Se nos unió a la expedición Paulo, delegado de nuestro club, un portugués, con una historia a sus espaldas, que daría para escribir un libro.
Cardiff nos recibió lluviosa, como en ella es habitual, y aprovechamos la primera tarde para comer algo y ver nuestro primer partido del fin de semana, fue un Cardiff Blues London Irish, partido típico de las islas, campo embarrado, frío, lluvia, defensas férreas, ataques espesos y juego al pie, donde gana quien mejor sobreviva. Seguramente, no fue el mejor partido de rugby que he visto en mi vida, pero me encantó la defensa galesa, no todo va a ser alegre juego a la mano.
Esa noche la acabamos en el Dempsey, punto de reunión de los irlandeses que ya habían llegado, música en directo, cervezas, la hija de Benny Hill.....
El día del partido fue un inusual día soleado, lo que contribuyó aún mas al espectacular ambiente que había en el centro de la ciudad, tomada por una infinidad de irlandeses, que teñían, las calles de verde y las pintas de negro. Tras un agradable paseo por el parque Bute y las orillas del Taff, dirigimos nuestros pasos a The Great Western, uno de los pubs con mas solera y ambinete, donde nos reuniríamos con el quinto miembro de la expedición, mi amigo Richard, galés residente en Bristol. Tras unas jarras, nos fuimos al Millenium, con su techo abierto, y lleno hasta la bandera. Escuchar a las hordas irlandesas responder a la llamada de su isla siempre es impresionante, y escuchar a los celestiales coros galeses cantar su himno es algo que siempre me pone la carne de gallina.
El partido fue intenso, los irlandeses supieron atacar en la primera parte y defender en la segunda, y los galeses supieron atacar en la segunda pero no defender en la primera, por lo que los del trébol se llevaron los dos primeros tiempos. He de apuntar, que fue uno de los mejores partidos que le he visto a BOD, estuvo soberbio, tanto en ataque, ese pase a Zebo en el primer ensayo irlandés fue mágico, como en defensa, un par de placajes, con desventaja numérica, adelantándose a la linea, leyendo el ataque y llegando en el momento justo para meterle el hombro al receptor de la almendra sin darle tiempo a decir ni mu, lo dicho, impresionante.
La hinchada local, desanimada por la racha de derrotas que llevaban los suyos, no estuvo demasiado cantarina y el único cántico que se escuchó en el corazón del dragón aquel día fue el Field of Athenry que los animados irlandeses entonaban en cuanto los suyos conseguían anotar puntos.
Quedaba por ver quien ganaba el tercer tiempo, y ahí los de verde volvieron a arrasar, en los atestados pubs, no se escuchaba a ni un sólo galés responder a las continuas voces hibernias que llenaban el ambiente, malos tiempos para la lírica....
El resto del día, y de la noche, nos dio para ver como una Inglaterra cada día mas madura, le ganó la Calcuta a los escoceses, jugando como siempre han jugado los de la rosa, aquí no hay lugar para la imaginación, eso para los gabachos, aquí se viene a jugar al rugby, y para algunas anécdotas, vividas en los atestados bares, que recordaremos cuando nos volvamos a tomar unas cervezas juntos.
El domingo volvieron las nubes y la lluvia, hicimos algunas compras, algo de turismo, y mientras comíamos un exquisito cordero galés en el “Y Mochyn Du”, mi taberna favorita de Cardiff, y veíamos a Italia hacer el mejor partido de su historia para ganerle a una Francia sorprendida por el juego desplegado por los azurri, nos llegaron buenas noticias desde Sevilla, nuestros juveniles se habían proclamado campeones de Andalucía...
Y así, tras disfrutar de unas buenas pintas y de un paseo por el centro de la ciudad, ya tranquilo y vacío, volviendo a su rutina diaria. A la sombra del muro de los animales, mientras la oscuridad teñía un atormentado cielo, me pareció divisar la sombra de un dragón, que, cansado de tanto ajetreo, volvía a sus montañas y a sus brumas, a lamerse sus heridas, a descansar un rato, y me despedí de él, con el anhelo en el corazón, de volver a verlo volar muy pronto.
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